El recordado cantautor mejicano Alberto Escobar, a quien tuve el honor de conocer en su natal Guadalajara a fines del milenio pasado, cantó lo siguiente: “Soy vecino de este mundo por un rato, y coincide que también tú estas aquí”.
Coincidí con Esteban Monge en las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica, en la cual rápidamente cambiamos los roles de profesor-alumno por el de amigos interesados en la música y las leyes. Y durante esos días, fui testigo del proceso creativo de algunas de sus canciones y de la producción y presentación en vivo de su primer disco.
En aquellos tiempos, al igual que en los actuales, parecía que todo se desvanecía en el aire y acechaban lobos, pero, mientras algunas personas asesinaban a la imaginación y otros les pagaran para que lo hicieran, Esteban Monge nos hizo dar la bienvenida a la esperanza, nos invitó a buscarnos en medio del laberinto, buscando una promesa: descubrir a dónde nos llevaba el camino y a donde empezaba. Escuchando esas primeras ideas musicales, entendimos que, de alguna manera, necesitábamos dejar algún día por escrito un testimonio: “creo en vos, Esteban”.
En sus canciones, la narración no sólo era lírica, sino además desgarradora. En confidencia junto con Raimundo Pérez nos dijo que el niño ya no estaba en su asteroide, y que del dibujo no quedaban ni boas ni elefantes ni nada de la inocencia infantil. Y sí, llovía y llovía sin piedad, hasta cuando no era invierno; mientras la vida nos hacía dudar si acaso no era clon de un ser superior que se habían inventado a sí mismo.
La guitarra cantaba a dueto con el cantautor (ahora que lo pienso, no sé cómo se llama su guitarra, o si acaso tiene nombre…) y ambos formulaban preguntas, señalaban posibles respuestas e imaginaban rutas, y nos invitaban a ir con ambos a construir paraísos a varias cuadras de donde habitaban. Las canciones se fueron ordenando, los diseños se fueron definiendo, las pistas se fueron grabando y el disco apareció y luego los conciertos en el viejo teatro sirvieron de potente altavoz. Alguna crónica despistada y débil, escrita desde la ignorancia, no opacó el hecho del que habíamos sido testigos: la aparición de una obra musical autóctona, pero con vocación internacional; hija de esta tierra, pero llamada a trascender e iluminar, destinada a descubrir que también en la oscuridad a veces se esconde alguna verdad.
Tiempo más tarde recuerdo haber experimentado, con permiso del cantautor, el diseño de una página web en aquella vieja comunidad llamada geocities, con fotos y con las letras de esas canciones originarias; y de haber invitado a Esteban a casa a hablar de música, o a ir a tocar a dúo en algún mall. Fui testigo de los siguientes capítulos de esa historia, “Por el tiempo y el espacio”, “Adioses y siempres”… haciendo verdad en su vida y obra musical aquellas palabras del amigo Luis Eduardo Aute: “reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo, ese viaje hacia la nada que consiste en la certeza de encontrar en tu mirada la belleza”.
Veinticinco años de este disco. Para los que amamos la música en formato físico, es una maravilla ponerlo de nuevo en nuestro CD player y disfrutarlo como la primera vez. Los discos compactos, al igual que los vinilos, son objetos. Y los objetos narran historias. Podemos contar quizá que los adquirimos en aquel viaje, o que nos lo regaló alguien querido… Son como fotografías de nuestra vida. Algo que no se puede experimentar con la música en streeming. Aquí dice, en su letra: “Para mi profesor y amigo Luis Ricardo. Esteban. 16/11/99”.
Hace poco, siendo entrevistado vía Instagram desde Barcelona antes de un recital, escuché a Esteban referirse a mí como su profesor de derecho y “un abogado con sensibilidad musical”, lo cual agradezco mucho. La verdad, los roles de maestro y discípulo hace mucho se intercambiaron. Así de temporales eran.
Desde lejos he celebrado cada triunfo profesional y personal de mi amigo. La última vez que lo vi, él andaba dibujando estrellas que alumbraran la espera.
Hoy me complace mucho estar acá con él y con ustedes y recordar y celebrar la génesis de su Verdad Infinita.